En algún ángulo torcido de mi alma te quedaste viviendo agazapado de manera estática conteniendo la respiración para así yo no poder sacarte nunca de tu escondite, quizá porque tú no te cansas de contemplarme mientras haces grandes esfuerzos para que yo no sólo nunca separe la realidad de las simples ilusiones ilusorias, sino para evitar también que yo no pueda mirar de cerca el fondo de tus pupilas para así no enterarme realmente de lo que tú estás pensando y sintiendo en este momento.
Y aunque los buenos sentimientos tuyos (y míos también) colmen tu corazón y a mí me desborden, por momentos, finalmente siempre terminamos verbalizándolos ya sea en gritos o en susurros mientras la vértice de nuestro triángulo nos observa en silencio mientras no sólo ella nos clava la mirada de manera crítica, sino que, por momentos, tengo que frenar el fuerte impulso de pronunciar tu nombre en voz alta para evitar no sólo asustarte, sino de terminar sacándote, por fuerza mayor, de mi alma.
Mientras cierro mis ojos, rebusco en la memoria de mi universo personal. Y mientras, de paso, también amarro tanto mis pensamientos como mi lengua, callo no sólo para no delatar ni tu identidad ni las secuencias de tus acciones (in)comprensibles, sino para evitar seguir absorviendo en mi pecho nubes cargadas de sal aunque, en el fondo, yo sepa que el verdadero amor es aquél que no espera a ser invitado, sino que se invita él mismo para entrar en nuestras vidas sin permiso alguno porque quiere salirse del pecho (del tuyo o del mío) con triángulo en mano o sin él.
MARiSOL
