¿Será verdad que nunca entendemos lo poco que necesitamos de este mundo hasta que nos damos cuenta que lo hemos perdido? Tal vez ha llegado el momento de tener el valor de proclamar a los cuatro vientos que todo está perdido para empezar de nuevo. ¡Quién sabe! ¿No será que buscando las cosas inciertas, perdemos las ciertas? Como la honestidad: la mejor de todas las artes perdidas.
¡Ay! Sólo sé que la vida es como un tráfico donde se balancean las pérdidas y las ganancias mientras hay un extraño propósito en perseguir más el poder y perder nuestra libertad. Y es que quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, es un suicida en pie. O acaso, ¿no será cierto que la libertad existe sólo en el mundo onírico?
Quisiera pensar que la libertad es como un gran espejo mágico donde toda la creación se refleja de manera pura y cristalina. ¿Y si la libertad es sólo para soñarla? No lo creo. Más bien pienso que sólo somos realmente libres cuando dominamos nuestras pasiones como el odio o la envidia. Estos arrebatos que aniquilan nuestra cordura deben, más bien, dar paso al amor, gran poder inicador de la vida; aquella que nos posibilita permanecer aún en esta Tierra que, lamentablemente, para millones de seres humanos sea vivir en el infierno.
¿De qué nos sirve ganar la Luna si vamos perdiendo a nuestro planeta azul? Me doy cuenta que si bien la Tierra está al alcance de cualquier sabio, la verdadera patria de un alma elevada es el mismo universo. Lamentablemente como no lo vemos realmente, no lo entendemos y menos logramos darnos cuenta de lo valiosa que es nuestra presencia en este mundo porque, finalmente, el ser humano es un pedazo del universo hecho vida.