Aunque una leve eternidad proteja a los que ya no están, ellos piden, desde algún lugar del universo, justicia por haber sido ofendidos mientras sus almas, cubiertas de lodo, dolor y amargura, no puedan aún cantar victoria ... esa victoria que jamás será definitiva mas si le pertenece al más perseverante porque sin riesgos en la lucha, no hay gloria en la victoria.
¡Ay! Introducirme en sus ausencias, no puedo. Y, sin embargo, me pregunto qué se llevaron y qué dejaron detrás suyo. Tal vez no sea bueno convivir con el vacío... ese vacío que nos recuerda que si el corazón está lleno de miedo, entonces, estará vacío de toda esperanza porque cuando lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece.
Y aunque no sepamos si es uno el que empuja los acontecimientos, es muy posible que sean éstos los que nos terminen arrastrando, porque el peor enemigo de toda sabiduría convencional no son las ideas en sí, sino la simple marcha de los acontecimientos.
Mas los ausentes nos recuerdan que sólo las personas fuertes son capaces de crear sus propios acontecimientos ya que los débiles sólo sufren lo que les impone el destino... ese destino que nos pide no ir en contra de él, sino delante de él porque los ausentes, desde algún lugar del universo, nos recuerdan que lo que llamamos destino no nos llega desde afuera, sino que emerge de nosotros mismos como un ave fénix para no sólo poder potenciar nuestra resilencia, sino poder salir victoriosos de toda adversidad.
Sólo a través del poder de la resilencia, esa capacidad inigualable, podremos renovarnos, quizá porque en los momentos más oscuros siempre hay una oportunidad no sólo para renacer, sino también para reinvidicar a nuestros queridos ausentes.
MARiSOL