No hay un después que nos espere,
será porque ya no queremos despejar enigmas
y, más bien, nos reconciliamos con nuestras propias sombras
mientras en silencio avanzamos buscándonos a ciegas
delante de espejos rotos que nos leen la memoria del alma ...
esa alma desordenada que, por diferentes motivos,
lleva en su culpa (ésa que no es de nadie)
una pena ... esa pena que sin esperanza alguna
es, tarde o temprano, una pena sin pasión ...
esa pasión que cual terca emoción crónica
nos recuerda lo que la vida realmente vale
Quizá porque tú y yo estamos hechos de pedacitos de vidrio
que laten sangrando en la memoria de nuestros corazones
mientras procuramos ignorar las mentiras piadosas
que nos decimos para poder sobrevivir
y para que así sigan palpitando nuestros malditos recuerdos ...
aquellos recuerdos que pueblan tu soledad y la mía,
sobre todo, cuando no hay nadie en nuestros espejos rotos
porque detrás de ellos vemos sólo a dos ausentes
MARiSOL
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